Lo que primero tenemos que decir es que: un introvertido no tiene por qué ser una persona tímida. La timidez tiene elementos de ansiedad y nerviosismo, y aunque el introvertido también puede ser tímido, suele ser más bien una persona tranquila.
La introversión es en parte una cuestión de energía. El introvertido se siente lleno de energía cuando está solo, pero cuando está en compañía, aunque sea de buenos y queridos amigos, esa energía comienza a disminuir.
El psicólogo Eysenck lanzó la hipótesis de que los introvertidos cuentan con un componente fisiológico particular, el cual tienen un nivel de excitación cerebral normal más alto que lo habitual.
Es decir su cerebro está en permanente activación y por eso regulan la entrada de los estímulos externos.
Otro dato de los introvertidos es que en reuniones sociales: huyen de la charla fácil, no se acercarán a conocer a gente nueva y se sentirán solos en medio de la multitud. Preferirán a sus viejos amigos que contactar trivialmente con gente desconocida.
Ser introvertido puede ser díficil manejarlo a temprana edad, sobre todo durante la adolescencia o en la etapa de adulto joven, mientras que a partir de los 40 o 50 años empezamos a restarle tanta importancia.
Ser introvertido o extrovertido tiene sus ventajas, las personas extrovertidas dependen de otros para manejar sus emociones, liberar su estrés o cargar su energía, mientras que los introvertidos no dependen de terceras personas, ellos mismos pueden cargar sus "propias baterías" por decirlo así.
En conclusión, es importante reconocer que la introversión no es simplemente timidez, sino una característica fundamental de la personalidad que influye en cómo las personas interactúan con el mundo que les rodea.
Entender y aceptar la introversión como parte natural de la diversidad humana nos permite apreciar las diferentes formas en que las personas experimentan y se relacionan con el mundo, promoviendo así la empatía y la inclusión en nuestra sociedad.
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